Me pasa que hay frases que se tejen dentro sin que te des cuenta.
A veces desde muy pequeña, a veces en un momento de esos que cambian algo sin avisar.
Frases que parecen verdades, pero que no lo son. Y que, sin embargo, te han acompañado durante años, como si fueran parte de ti.
Eso es una mentira personal.
Una idea que te contaste —o te contaron— para poder seguir adelante. Para protegerte. Para sobrevivir a lo que dolía.
Mi mentira: Soy la fuerte de la familia
Algo como:
“No soy suficiente.”
“Tengo que demostrar que valgo.”
“Si muestro mi sensibilidad, me van a rechazar.”
Y entonces vas por la vida esforzándote, controlando, cuidando demasiado a los demás o dejando que todo te pase por encima.
Vas acumulando capas encima de tu esencia… hasta que un día, el cuerpo, el alma o la vida misma te dicen: basta.
No desde el juicio, sino desde una compasión profunda.
Desde ese susurro que te recuerda que estás hecha para algo más que sobrevivir.
Ahí es donde empieza a aparecer la ley eterna.
No como un pensamiento bonito, sino como una verdad que ya estaba dentro de ti antes de cualquier herida.
Una certeza que no se tambalea, aunque lo olvides.
“Mi valor es inherente.”
“Estoy aquí para habitarme, no para complacer.”
“Soy amor, incluso cuando dudo.”
La ley eterna no se grita. No se impone.
Se recuerda en silencio.
Se ancla en el cuerpo, en una respiración lenta, en una decisión pequeña que empieza a cambiarlo todo.
Respirar desde ahí es distinto. Ya no es para calmar el miedo. Es para volver a casa.
Mi verdad eterna, "soy fuerte aún cuando no lo soy y pido ayuda"
Un ejercicio muy bonito, desgarrador y sanador que yo misma hago es el que te dejo aquí. Solo para tí:
“De la mentira personal a tu ley eterna”
Puedes hacerlo ahora, o guardar este momento para cuando estés contigo sin prisas.
1. Siéntate con el cuerpo apoyado, respirando suave.
No cambies nada. Solo siente cómo es tu respiración cuando no tienes que demostrar nada.
2. Escribe (o nombra en voz baja) una frase que crees que has vivido como si fuera cierta, pero que te limita.
No la juzgues. Solo reconócela.
Ejemplo: “Tengo que hacerlo todo bien o nadie me querrá.”
3. Cierra los ojos. Pon una mano en el pecho y otra en el vientre. Respira profundo tres veces.
Imagina que ese aire viene de un lugar muy antiguo que te recuerda lo que siempre ha sido verdad.
4. Pregunta en silencio:
“¿Cuál es mi verdad más honda?”
“¿Qué hay debajo de esta mentira?”
Espera. No fuerces. Tal vez aparece una palabra. Tal vez solo una sensación. Confía.
5. Escribe tu ley eterna como si ya viviera en ti.
Ejemplo: “Soy digna de amor tal como soy, sin tener que demostrarlo.”
6. Léela en voz alta. Repite tres veces. Y respira.
Parar, escucharte, recordarte y darte permisoA veces, el viaje más valiente no es el de cambiar todo lo que hacemos.
Es el de recordar quién somos debajo de todo lo que nos contaron.
Mímate.
Respira.
Y si te sirve, escribe esta ley eterna en un post-it, en tu espejo, en tu diario..
Con todo el amor del mundo,
Mímate!!!